L@s peques hacen lo que les corresponde por edad: prueban, trepan, ensucian, chupan, chillan, rompen cosas sin querer... Y las madres nos ponemos de los nervios al verlo, tal y como nos corresponde según nuestra edad y condición. Todo normal y natural. Se enfrentan la fuerza bruta y la ilusión de l@s pequeñ@s exploradoræs contra la experiencia y la retórica de una madre.
La idea es que esa experiencia y esa retórica maternas no se transformen en un espectáculo vergonzoso de chillidos y amenazas. Seguramente, la madre tenga razón, por su experiencia, pero no por eso es superior a su hijo en una discusión. La superioridad de la madre no radica en tener razón, sino en ser capaz de controlarse para que al niño le pueda llegar el mensaje que le quiere transmitir, en vez de una oleada gratuita de violencia verbal.
Por ejemplo, pasa nuestro niño de tres años por el pasillo de casa a toda velocidad, blandiendo su espada de pirata, y tira al suelo el jarrón que heredamos de nuestra tía. Es normal que, al jugar a los piratas por el pasillo de casa que está lleno de adornos, algo se rompa. Y es normal que la madre al verlo se disguste. La madre podría liarse a gritos durante un rato más o menos largo, produciendo sin duda mucho miedo en el pequeño ser: montando una pataleta de adulto, al fin y al cabo. O podría señalarle (cuando sea capaz de controlar el tono de voz) que le ha dado mucha pena lo del jarrón, que otra vez vamos a tener más cuidado, y que conviene buscar un sitio adecuado para jugar a los piratas.
Seamos adultas, no montemos pataletas (al menos para expresarnos ante nuestros hijos) y controlemos la situación. No podemos esperar que sea nuestr@ hij@ quien ponga la solución. L@s niñ@s necesitan un ambiente amable que les permita equivocarse las veces que haga falta hasta que queden bien afianzados los conceptos que les queremos transmitir.